viernes, 17 de abril de 2009

Los ojos de Luna



El primero de enero de este año, a eso de las tres de la mañana, junto con el ruido de las cañitas que tiraban en el parque unos vagabundos, se escuchó un llanto... un llanto desgarrador, similar al grito de un bebé. Era el llanto de Luna Nueva.

Un mes después, al volver de Monte, mientras cruzaba el patio una sombra negra saltó en mi camino y desapareció entre las achiras. Fue mi primer encuentro con Luna. Desde entonces cada vez que cruzo el patio miro hacia el fogón y el techo del patio de la vecina: siempre que menos lo espero, aparece la negra silueta de Luna iluminada por la luz naranja. Cuando me ve, se queda paralizado, igual que yo, y si le hablo se escapa.

Lauren soñó una vez que Luna la perseguía y comenzaba a dar vueltas alrededor suyo. Geker lo espantó sin querer cuando estaba tomando una siestita contra el ventiluz de la cocina. Luna Nueva (yo le puse Luna y geker le agregó Nueva) ya es otra pequeña pieza del rompecabezas de nuestra vida.

Hércules le ladra cada vez que lo ve, pero una vez lo sorprendí a los dos durmiendo la siesta juntos: Hercu contra la pared, y Luna sobre el fogón. ¡En el fondo son amigos!

"Mejor que ande un gato, así se come a las lauchas", dijo má, que ya le consiguió empleo a Luna, así como a Mezzanote y Nyanko, otro par de gatos que hace bastante que no se dejan ver.

A veces veo a Luna de día: con la luz del sol pierde toda el aura de gato demoníaco, sus ojos amarillos tienen un resplandor opaco y su pelo sucio y despeinado delata que hace mucho que no se da un baño. Pero, ¿quién lo bañaría? ¿quién se atrevería siquiera a acariciar a este gato callejero, vagabundo de la noche, que cada vez que ve a un ser humano huye despavorido? Tal vez, Luna solo necesite un poco de amor.

La próxima vez que lo vea voy a procurar acercarme de nuevo. Tal vez al fin logremos entablar una conversación.

Pak

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